EL GUERRERO SCHUMACHER.
Michael Schumacher está grave. Sigue crítico, debatiéndose entre la vida y la muerte, pero estable. Y conforme el tiempo se aleja del accidente del pasado domingo 29 de Diciembre del pasado año, es positivo –según repiten constantemente los médicos- para su posible recuperación. Es como si cada segundo que pasa, fuera un segundo más de ventaja que le saca a la muerte. Muy típico de Michael, por otro lado. Meterle una barbaridad de tiempo al rival a base de tiempos constantes e inalcanzables. Y en eso está ahora mismo, sin un coche, sin un volante, pero con la misma fuerza de voluntad y determinación que siempre.
Hoy cumple 45 años en una situación terrible. Pero Schumacher lleva enfrentándose a retos que parecen imposibles desde hace mucho tiempo. Eran otros retos menos intransigentes y crueles que éste, pero supo manejarlos para salir victorioso. Cuando le ofrecieron un volante en Jordan para debutar en el G.P. de Bélgica de 1991, a Eddie Jordan le contó su mánager (Willi Weber) que Schumacher conocía Spa-Francorchamps a la perfección. Pero era mentira: Schumacher nunca había dado ni una vuelta allí, pese a ser un circuito a unos 100 km. escasos de su población natal, así que antes de subirse al coche en el circuito, lo que hizo fue dar una vuelta en una bicicleta plegable para conocer al menos el trazado (en aquella época lo de los simuladores estaba sin explotar aún). En su primera clasificación en Fórmula Uno quedó séptimo, algo que asombró al mismo Senna, que llegó a decir que “si ha colocado ese coche séptimo, ese chico tiene algo.”
Su gran reto deportivo fue resucitar a Ferrari. Sí, porque cuando en Agosto del año 1995 decidió firmar con la Scuderia (por un jugoso sueldo, todo sea dicho), dejaba un equipo que le había dado un campeonato del mundo y estaba a punto de darle el segundo, Benetton, al que había hecho grande. Es decir, un equipo campeón. ¿Dónde iba?. Al mito, a la leyenda, al equipo más carismático de todos, pero que sólo había conseguido 2 victorias en 5 años. Un equipo deshilachado que empezaba a enderezar el rumbo, pero del que nadie podía saber qué resultados obtendría. No tuvo dudas, y puso en juego sus mejores años deportivos por un equipo sin rumbo. Él, junto con otras piezas claves como Jean Todt, Ross Brawn, Rory Byrne o Paolo Martinelli, cogió las riendas del Cavallino Rampante, se convirtió en la mano ejecutora cada domingo, y sólo en su primer año consiguió 3 victorias. Más que en todo un lustro. Y aquél coche del 1996 sí que era un camión digno del apelativo de Alain Prost, un coche que se rompía en las vueltas de calentamiento.
En el año 1997 ya estuvo a punto de ganar el título, en su segunda temporada con la Scuderia. Sólo una de las acciones más desafortunadas y antideportivas de su carrera impidió –quizás- ese título. En el 1998, lo mismo: luchando por el campeonato hasta la última carrera. Sencillamente, ponía a Ferrari justo donde no se merecía. Tiraba del equipo como un líder entregado a la causa, como un guerrero convencido de vencer la batalla contra la historia, la de devolver a Ferrari un Mundial de pilotos que se resistía desde 1979. Y nunca, nunca en los 10 años que estuvo a bordo del equipo de Maranello se oyó ni una sola crítica –al menos pública- hacia su equipo o su coche. Nunca. Siempre tirando hacia delante como si fueran uno solo. Y así se ganó el cariño y el respeto de una afición italiana que en Monza 95 mostraba pancartas diciendo, por ejemplo, que “más vale un Alesi hoy que cien Schumacher mañana”.
En la temporada 1999 tuvo su accidente más grave: el 11 de Julio, en la primera vuelta del Gran Premio de Gran Bretaña, su Ferrari salió recto en la curva Stowe. Doble fractura de tibia y peroné. Nada para lo que fue el susto, pero adiós al Mundial cuando disponía de un coche por fin a la altura (prueba de ello es que un piloto de inferior nivel como Eddie Irvine luchara por el Mundial hasta la última carrera, y que Ferrari ganara el Campeonato de Constructores). El 17 de Octubre retomaba la competición en Malasia tras una durísima rehabilitación. ¿El reto?. Demostrar quién era el número uno. En la clasificación sacó una ventaja de 0’947s a su compañero Irvine, 1.118s al tercero (Coulthard), y 1.178s al cuarto, Mika Hakkinen. En carrera, jugó con todos, especialmente con un Mika Hakkinen al que llegó a agotar. Llegó segundo en carrera, protegiendo al vencedor, su compañero Irvine, en lucha por el Mundial.
Luego vinieron los frutos por el trabajo duro y la dedicación absoluta: 5 títulos seguidos, record tras record, y nunca era suficiente. ¿Se convirtió la Fórmula Uno en aburrida?. Puede. O puede que estuviéramos viendo al mejor piloto de todos los tiempos asombrando con la perfección de su pilotaje y la ferocidad de su ambición por ganar. Era fascinante ver cómo se superaba carrera tras carrera. Era un regalo para los amantes de la velocidad. Fue un tirano, es cierto, porque no dejó a los demás sino el aire estrictamente necesario para poder curar sus heridas. A Michael Schumacher le conocía hasta quien no había visto nunca una carrera. Ya era un nombre legendario.
Tras retirarse, aceptó un nuevo reto. El reto de volver tres años después de haber colgado el casco. El reto de Mercedes, que volvía a la Fórmula Uno como equipo. No fue lo que se esperaba, es cierto, pero no fue tanto por una falta de entrega o dedicación, como por un material de prestaciones inferiores al del resto, unido a una lógica bajada de rendimiento en su pilotaje, porque la edad no perdona. Pero nadie puede decir que no hubo empeño, y nadie puede decir tampoco que no fue de menos a más en sus tres años con Mercedes. El último año, 2012, sólo ciertos fallos, tanto de pilotaje como técnicos, le privaron de mejores resultados. Y ahí están algunas pruebas: su impresionante pole position en Mónaco, el circuito de piloto por excelencia, dio muestras sobradas de que el talento seguía ahí. Su camino hacia el podio en el G.P. de Europa en Valencia fue la última perla del pilotaje sólido y sin fisuras característico del alemán.
Retos y Schumacher van unidos. Pero este reto nadie se lo esperaba, y nunca lo habría asumido. Es un reto que no depende de él vencer. Ahora sólo tiene que luchar. Como en Spa 95, como en España 96, como en Mónaco 97, como en Hungría 98, como en todas aquellas carreras en las que Michael Schumacher sacaba la quintaesencia del pilotaje de máximo nivel.
Porque aunque Schumacher ha sido –y es- una figura controvertida en la historia del deporte, no se puede negar su status de leyenda. Uno de esos deportistas que marcaron una época, en los que se miran los que buscan una motivación para superar sus límites. Jesse Owens, Mark Spitz, Pelé, Muhammad Ali, Michael Jordan, Juan Manuel Fangio. Michael Schumacher. Más allá de gustos o de rivalidades, lo que hizo en su primera etapa en la Fórmula Uno le encumbró por méritos propios al Olimpo de los mejores deportistas de la Historia. Se podrá discutir acerca de sus acciones antideportivas, de su dureza en pista, o decir que tenía el mejor coche. Y es cierto todo ello, pero no impide que sea –y deba ser- considerado como un grande. Y es esa grandeza la que lleva a las innumerables muestras de apoyo y afecto que está recibiendo en este duro momento de su vida. Es como si la gente, defensores o detractores, aficionados a las carreras o no, hubieran entendido que perder a una leyenda viva como Michael Schumacher sería perder también una parte de todos nosotros, de nuestra cultura popular, de nuestra historia. Sería perder prematuramente a un referente de superación que llevó más allá los límites de un deporte, en este caso.
Michael Schumacher reescribió la Historia de la Fórmula Uno, elevó el nivel de excelencia en el pilotaje, y se erigió en una leyenda por méritos propios. Pero sobre todo, llenó de ilusión y de emociones la vida de millones de personas en el mundo cada fin de semana.
Gracias, Michael. Por los 307 domingos de emociones. Recupérate pronto y totalmente. Lucha como siempre. Vence como nunca.