G.P. INDIA 2013: VETTEL, DE LEYENDA.
(Sebastian Vettel, Toro Rosso STR3, pretemporada 2008)
¿Qué es lo que define una leyenda? ¿Por qué decimos que este o aquél hecho son históricos? En muchos casos, la categorización de ciertos hitos raya en lo subjetivo, en las emociones. Pero siempre hay algo objetivo en ello.
¿Por qué podemos decir que Sebastian Vettel es una leyenda de la Fórmula 1? Bien, hay muchos elementos en contra, y uno fundamental que ha sido, es, y será el caballo de batalla de quienes no empatizan con el alemán: tiene el mejor coche y así es muy fácil ganar.
Cierto, no se puede negar que es así. Pero, ¿eso minusvalora la capacidad de Vettel o simplemente oculta su grandeza?
El precoz alemán de tan sólo 26 años nos viene sorprendiendo desde aquél no tan lejano Gran Premio de Estados Unidos de 2007, cuando en su primera carrera y a los mandos de un BMW, firmaba una 8ª posición que le concedía esa mítica estadística de puntuar en el primer Gran Premio. De acuerdo, aquél BMW no era un mal coche, pero era su primer Gran Premio. Y ese mismo año disputó las 7 últimas carreras desde Hungría a bordo de un Toro Rosso en sustitución del americano Scott Speed. Los inicios fueron duros, tratando de adaptarse a algo tan complejo como un monoplaza de Fórmula 1. Pero al llegar el Gran Premio de Japón, bajo un tremendo aguacero, Sebastian advirtió (a quien quiso o supo verlo) del talento que se nos venía encima. Ya el sábado firmó un impresionante 8º puesto en parrilla, y en la carrera lideró por primera vez un Gran Premio –también era la primera vez para Toro Rosso-, durante 3 vueltas. Tras el repostaje, remontó hasta rodar 3º por méritos propios, y sólo la aparición del Safety Car produjo el desenlace de que, en una maniobra extraña y propia de la inexperiencia –aunque motivada por una fuerte frenada del líder, Hamilton- embistiera a Mark Webber acabando con la carrera de ambos. En su 6º Gran Premio, Vettel apuntaba a un podio forjado a base de talento puro.
Hubo quien lo vio como una concatenación de casualidades, la lluvia y elementos que permitieron esa anómala circunstancia. Vettel volvería a la parte trasera de la clasificación. Y esa teoría parecía cierta cuando en la siguiente carrera, el Gran Premio de China, Vettel calificó 17º. Todo volvía a la normalidad. Pero en la carrera, bajo una persistente pero más leve lluvia, Sebastian aprendió de sus errores, avanzó con paso firme por el pelotón y finalizó en un asombroso 4º puesto final. Lejos de la cabeza de carrera, cierto, pero es que el Toro Rosso no daba para lograr un puesto así ni en los mejores sueños. Era el segundo aviso. Porque en mojado todo se iguala. Se destapa el talento, la sensibilidad del piloto y aunque un coche equilibrado puede ayudar, sin una conducción fina y absolutamente perfecta, no se consiguen resultados como ese.
2008 fue su primera temporada completa. Y aunque el inicio fue de altibajos, desde el Gran Premio de Europa en el Circuito Urbano de Valencia puntuó en todas las carreras (salvo China, que se quedó a las puertas), consiguiendo de paso una memorable primera pole y victoria en el Gran Premio de Italia, de nuevo bajo la lluvia, humillando literalmente con su modesto Toro Rosso (que lograba así su primera y todavía única victoria) al resto de la parrilla. A final de año, Toro Rosso superaba al equipo oficial, Red Bull, en el campeonato, y Sebastian firmaba un excepcional 8º puesto en su primer año completo. Quien no lo viera, era porque no quería verlo. “Vitello” (ternerillo en italiano), como lo apodaban cariñosamente en el equipo italiano, era una rutilante promesa de la que todo el mundo –ahora sí- se maravillaba, incluidos los que ahora menosprecian su desempeño. Sólo han pasado 5 años de eso.
Hoy, 5 años después, Sebastian Vettel mira a los ojos a leyendas de este deporte como Schumacher, Fangio y Prost. Está a su altura. Se codea desde sus 26 años con lo más grande que ha habido en el mundo del motor. Ya, pero es que tiene el mejor coche, y así cualquiera.
A Fangio se le reconoció, entre muchas otras cosas, el saber tener el ojo clínico necesario y preciso para elegir el mejor coche de cada momento. Corrió para Alfa Romeo, una máquina apisonadora en su momento, para Mercedes (ídem), para Ferrari y para Maserati. Todos aquellos coches fueron los mejores en sus respectivos años, pero sólo las gloriosas manos del argentino lograban extraer la quintaesencia (Nürburgring ’57 es el paradigma de hombre y máquina perfectamente acoplados y funcionando como una sola cosa).
¿Y Prost? Debutó con McLaren, pero el coche no era brillante y emigró a Renault, un gran coche con el que tan sólo la falta de fiabilidad evitó que consiguiera su primer campeonato. Volvió a McLaren, que con sus motores Porsche y sus chasis de carbono (introducidos años antes) eran la referencia. Ganó tres títulos con ellos, y sólo un brasileño de nombre Ayrton Senna logró oscurecer al genial francés (y que conste que en 1988 Prost consiguió más puntos, 105, que Senna, 94, pero sólo por el descuento de resultados obligatorio en aquella época el francés perdió el título). Luego Ferrari, no el mejor coche, pero al que en 1990 puso en liza por el título. Y tras el año sabático de 1992, en 1993 el coche más perfecto tecnológicamente de toda la historia: el Williams FW15C.
Michael Schumacher quizás sea el que menos coches buenos, por decirlo de alguna manera, se “encontró”. El Benetton de los años 92 y 93 no era malo, pero hubo que trabajar duro para que en 1994 y 1995 se convirtiera en la máquina ganadora y dominadora. Dejó un equipo en auge para irse a uno decadente y sin rumbo: Ferrari. De 1996 a 1999 hubo tanto que hacer que el hecho de que en 1997 y 1998 luchara por el Mundial parecen un milagro (esto seguro que nos recuerda a algo de estos días), y sólo el coche de 1999 parecía estar a la altura, no en vano la Scuderia logró el título de Constructores, y un piloto de un escalón inferior como Eddie Irvine estuvo a punto de lograr el de pilotos. Sólo la lesión por el accidente de Silverstone privó, seguramente, a Schumacher del entorchado. Luego vinieron los frutos: 2000 a 2004, con el 2003 siendo un año duro y de mucha pelea. El resto fue un paseo militar, pero merecido por el trabajo bien hecho.
Vettel entró en 2009 a Red Bull y fue subcampeón con un coche inferior al Brawn de difusor soplado con el que Button logró su campeonato. Es decir: en su segunda temporada completa, subcampeón. En 2010 el coche no era el mejor, o cuanto menos el equilibrio de poder estaba muy repartido. Vettel sólo fue líder del campeonato al bajar la bandera a cuadros del último Gran Premio, el de Abu Dhabi. Cuando de verdad importa. Y en su tercer año completo, campeón. 2011 sí que fue absolutamente un paseo dominador. Pero 2012 empezó con dificultades, y un Alonso en estado de gracia llevó la decisión del título hasta la última prueba, Brasil. Y allí, Vettel, que en la primera vuelta sufrió un toque, un trompo, daños en su monoplaza y cayó a la última posición, luchó, peleó, mantuvo la calma, sacó lo mejor de sí mismo y consiguió su tercer campeonato. Aquella fue una carrera verdaderamente de leyenda.
Este 2013 tampoco ha sido un paseo hasta llegar la segunda mitad del año, con el tan comentado cambio de neumáticos. Ahora Red Bull tiene un coche magnífico, y Vettel saca de él todo su jugo.
Porque ahí es donde hay que mirar. Fangio, Prost, Schumacher, Vettel, pudieron y pueden tener el mejor coche, sí. Pero lo que les define es que siempre, en cada circunstancia, en cada carrera, sacan lo mejor de él. Lo exprimen, lo retuercen, lo fuerzan. Si el coche es rápido, lo convierten en inalcanzable. Demoledor. Imparable. Y es un dato objetivo. Fangio machacó a sus compañeros. Prost, salvo con Lauda y Senna (palabras mayores), hizo lo propio. Schumacher, más de lo mismo. Y Vettel, que está en esta categoría, hace lo propio con un Mark Webber que, con el mismo coche, no extrae de él todo su potencial. Podemos caer en el reduccionismo del favoritismo, de que le hacen la cama (coloquialmente hablando), o de que (y esto sí que es cierto) todos los problemas son para él. Pero da la sensación de que, sin Vettel en el panorama, Webber no sería campeón del mundo con el Red Bull. Le falta ese plus que solo gente como los mencionados, o actualmente Hamilton y Alonso, le dan a un buen coche. El talento, esa vara de medir que no puede medirse. Pero que se puede apreciar. Que se siente. Y que arroja resultados. Resultados que forjan una leyenda.
Sebastian Vettel es de esa clase de pilotos que marcan una época. Los años Fangio, los años Senna-Prost, la era Schumacher. Ahora, estamos ante la era Vettel. Y como todos esos pilotos (salvo el siempre generoso y caballero Fangio), tiene su lado oscuro, su competitividad exacerbada, su arrogancia. Pero cuando se pone tras el volante, contemplamos el arte que supone la conducción de un vehículo al límite de sus posibilidades sin cometer errores.
Sebastian Vettel está forjando su leyenda. Zarandea los pilares de la historia de este deporte. Siempre con su sonrisa pícara y su amabilidad. Con su conducción sin fisuras. El resto es opinión generada en el fragor del momento. Lo que queda es la historia. Los nombres. Los hechos. Los logros. Y no ocurre todos los días que los cimientos de un deporte sean removidos. Disfrutemos de este piloto. El legendario tetracampeón (hasta la fecha) Sebastian Vettel.
(Sebastian Vettel en la pretemporada de 2008, Circuito Ricardo Tormo de Cheste)