LEWIS HAMILTON, HEXACAMPEÓN DEL MUNDO: NADA PUEDE PARARLO

Lewis Hamilton – Foto: https://www.lewishamilton.com/post/russian-gp-lewis-hamilton-2019-sochi-win-0006/
Ya está. Hexacampeón del mundo. Lewis Hamilton lo ha conseguido al finalizar en segundo lugar en el Gran Premio de Estados Unidos. Atrás queda la enorme figura de Juan Manuel Fangio, pasa a ocupar un puesto por sí sólo en el Olimpo del automovilismo, y se aproxima a bordo de una estrella a la galaxia que por derecho propio lleva el nombre de Michael Schumacher.
Una estrella entre estrellas. La misma que dio a Fangio dos títulos, la misma que lanzó y puso fin a la carrera de Schumacher, la misma que ha dado a Hamilton todos y cada uno de sus éxitos, como motorista o como constructor. Las estrellas son demasiado brillantes como para no atraerse.
Así que ahí está, Lewis Hamilton, con seis títulos en un palmarés que ya le rubrica en algunos campos como el mejor de todos los tiempos. Le faltan algunas parcelas, pero las lleva rondando demasiado tiempo como para dudar de que vaya a conseguirlas. Tiene las herramientas, tiene las habilidades y tiene la firme decisión de lograrlo. Pese a sus miedos, dudas e inseguridades, reales o ficticios. Es, simplemente, un hombre en una misión.
Qué lejos queda ese jovencito casi tímido que suplía su bisoñez con un ego forzado y exagerado, que casi era más grande que el talento que mostraba. Era su forma de conseguir respeto, un hueco, una imagen. El joven piloto de color que venía de arrasar en categorías inferiores pero que, en una McLaren con el reciente bicampeón del mundo, llegaba para aprender. Nadie quiso ver el fuego en los ojos de un talento que se desbordaba. Qué lejos queda aquello, y cómo fue un soplo de aire fresco y turbulento en aquel 2007. Cómo deslumbró con un coche que debió ser declarado ilegal –ya saben, todo el espionaje a Ferrari- y con la ayuda de un equipo que se vio entre la espada y la pared por parte de sus dos pilotos. Un año raro. Pero, visto con retrospectiva, ya fue un año de Lewis. De nadie más. Llegó y acaparó la F1.
Luego vendría su título ‘in extremis’ de 2008, y esa sensación de que quizás Lewis no era tan excelente. Llegarían los años por el desierto de una McLaren que se iba descomponiendo como un cadáver al que habían herido de muerte, precisamente, en 2007. Pero era McLaren, tan orgullosa de su herencia deportiva como famélica se iba convirtiendo año tras año. Y Lewis, tras emborracharse de éxito, tras convertirse en un ‘enfant terrible’ del deporte, tras perder el norte, lo vio claro. O quizás fue el tremendo estratega y político que fue Niki Lauda quien le puso delante la claridad de un plan infalible. Ahí estaba: Mercedes. ¿Dejar McLaren? Una locura para todos los agentes implicados. Una locura de una cordura ejemplar, brillante… como una estrella.
Y se centró. Porque Lewis sabía que no podía reducirse a haber sido un piloto de rutilante talento que lograse muy poco. Un Jacques Villeneuve, por ejemplo. Él no era ni es de ese patrón, aunque estuvo a punto. Así que, para acidez de sus más acérrimos detractores, surgió el Lewis preciso, perfecto, de velocidad indomable. ¿Dónde estaba el Hamilton alocado? Fuera de las pistas, donde es un personaje más bien histriónico, un rapero sin ritmo. Una válvula de escape, un estilo de vida, una representación o una realidad. Más allá de la línea blanca que delimita la pista, Lewis Hamilton no importa. Pero un milímetro por dentro de esa línea, es Lewis Hamilton, el artista al volante que está a punto de convertirse en el piloto más grande de todos los tiempos. Los detractores rebajarán el asunto centrándose en que son sólo estadísticas, y no les faltará razón. Pero en un deporte en el que las comparaciones son imposibles dado los medios técnicos y del entorno, en el que algo tan cambiante como un coche influye de manera tan esencial, son precisamente esos números los que nos dan, sino la respuesta, al menos un acercamiento a la realidad de las cosas. No. Lewis no es mejor que Fangio, o que Schumacher, o que Vettel, Senna o Prost. Hamilton es diferente, otro producto, pero igual de enorme. He ahí donde reside el por qué de su grandeza.
Obviamente, tiene el mejor coche. Obviamente. Como todos los campeones del mundo que en este deporte han sido. Ni uno más, ni uno menos. Se podría argumentar que en realidad tiene la mejor secuencia de coches de la historia de los Grandes Premios, y es seguramente cierto. Se puede argumentar, se puede, si nos damos cuenta, excusar. Buscar esa excusa precisa y perfecta que nos libre de reconocer lo que vemos, negando la realidad y creyendo que la sombra de nuestra caverna es más real que lo que la luz nos muestra. Una estrella que supo pasar de diamante bruto y embrutecido a talento casi quemado y perdido, y desde ahí a piloto de una textura muy especial.
Lewis Hamilton es -sí, asúmelo y disfrútalo como merece el momento- hexacampeón del mundo de pilotos de Fórmula 1. No ensuciemos también eso. Es demasiado raro de ver. Es demasiado merecido como para menospreciarlo. Es demasiado grande como para intentar negarlo. Es de los pilotos más grandes de todos los tiempos. Y ahora mismo, nadie puede pararlo.