RACING AND LEGENDS 2020: BASTIÓN CLÁSICO
Desde hace siete años, al llegar finales de febrero o muy principios de marzo, Valencia se llena con el aroma dulzón de la gasolina aditivada que hace funcionar con normalidad los motores de vehículos clásicos, sean de competición o de calle, sean automóviles o motocicletas. Es el Racing and Legends. Y este año ese olor, casi como una señal reivindicativa, se expandió más que nunca gracias a dos jornadas en las que el viento fue protagonista bajo un sol primaveral.
Y decimos reivindicativa porque los 764 automóviles y 320 motos congregadas en el trazado valenciano eran la viva imagen de una realidad innegable: el vehículo clásico no es algo contra lo que luchar, como se pretende desde algunos estamentos estatales, autonómicos y municipales –ya se incrementó en 5 años, hasta los 30, el tiempo para considerar clásico a un vehículo- con sus políticas destinadas de manera directa a exterminar una parte fundamental del patrimonio cultural no ya de un país, que también, sino que nos atrevemos a decir que de la humanidad.
Porque al fin y al cabo, un vehículo, sea el que sea, es una muestra imperecedera de progreso, al igual que los actuales lo siguen siendo. Es un símbolo de una libertad personal que ahora se restringe en pos de una ecología que hay que cuidar –nadie en su sano juicio negaría este extremo- pero quizás no al coste de erradicar las maravillas tecnológicas y de diseño que fueron en el pasado. Las 7.500 personas que pasaron por el Circuit de la Comunitat Valenciana Ricardo Tormo atestiguan el enorme atractivo que estos vehículos generan. Y lo más bonito, quizás, es que el Racing and Legends está también enfocado a un ambiente familiar, de modo que el paddock del circuito estaba lleno de niños que admiraban con interés las formas, sonidos y olores de los vehículos que les rodeaban.
Eso, al fin y al cabo, es crear cultura del motor en todos los sentidos, tanto de calle como deportiva. Una cultura que en este país, comparado con otros, escasea. De modo que el hecho de que la primera actividad deportiva oficial en el territorio sea con un evento volcado en el mundo clásico, no es sino –año tras año- algo que agradecer y admirar. El año empieza mirando atrás, cuidando lo que ya se vivió en tiempos pasados, para tomar el impulso que nos sumerja en lo actual: los mundiales de F1, de MotoGP, los derroteros de la industria. En otras geografías, esta cultura del motor está enraizada en su idiosincrasia –Inglaterra, Francia, Italia-, pero aquí son muy necesarias actividades como esta para llegar a un público cada vez más amplio y joven.
Y es altamente difícil no sentir punzada tras punzada durante dos días de actividad sin interrupción. Si nos íbamos al paddock, donde la exposición de automóviles era muy numerosa, nos encontrábamos con la belleza, por ejemplo, de un Ferrari Testarossa, o la elegancia atemporal de un Jaguar E Type, o la eterna simpatía de los Mini, los de verdad, los que fueron una revolución en la movilidad mundial por su sencillez, tamaño y economía de consumo, justo hacia donde nos queremos dirigir. Sir Alec Issigonis seguramente sonríe donde quiera que esté. O un impresionante Ford Model T de Gran Premio, del año 1912, magníficamente restaurado por los magos de devolver a la vida un coche que son quienes trabajan en Saica. Pero sobre todo, había verdaderas obras de arte del diseño, formas que ya nunca volverán a existir, pero que no podemos permitir que nos sean arrebatadas del placer de verlas, y de verlas en movimiento.
Si nos acercábamos a los boxes, la reunión de motocicletas clásicas de competición era tan soberbia que uno sólo puede pensar que estamos ante uno de los grandes eventos europeos de las dos ruedas clásicas. Kawasaki era protagonista este año, con su expiloto Kork Ballington como homenajeado, todo un campeón del mundo de 250 y 350 centímetros cúbicos. También estaba el incombustible venezolano Carlos Lavado, todo simpatía y figura omnipresente en esta cita, que todavía va rápido a lomos de su Yamaha con la que lograra sus títulos mundiales. Luego estaban las Ossa, las Montesa, las Bultaco. También había una réplica cuidadísima y semioriginal de la Yamaha YZR de 500 de Wayne Rainey. Y todo ello, en carreras de verdad, en competición más relajada que la de entonces, pero con esa voluntad de seguir siendo rápidos.
Luego, en el plano de los coches, estaba el Iberian Historic Endurance. Y ahí, por ejemplo, se pudo disfrutar de un coche sport como el maravilloso Merlyn M4A-Lotus de 1.6 litros de 1964, que arrasó en el fin de semana de carreras con su piloto al volante. Era magnífico ver un modelo tan ligero, con una potencia que ronda los 180 caballos, moverse con agilidad en el trazado valenciano, rodeado de turismos mucho más voluminosos y potentes, en donde los Porsche 911 eran la fuerza dominante. Pero hubo algo que a quien escribe estas líneas le tuvo atrapado.
En pista había un Lotus Elan y un Ford Lotus Cortina. Así que le mente tenía que llevarte obligatoriamente a uno de los pilotos más grandes de todos los tiempos: Jim Clark. Así, apostado en las vallas a pie de pista, podía ver bailar el Cortina, a su piloto disfrutar de la manejabilidad del coche, y venir a la mente las fotografías de Clark estrangulando a un coche como ese. No, nunca iba a ser Jim, pero podíamos ver a un coche idéntico comportándose de la manera en la que a Clark le encantaba: nervioso, ágil, divertido. Podías, con un poco de imaginación, verlo. Como en el Elan, el pequeño deportivo de Lotus que era el coche personal de Jim. No resistimos la tentación de enseñarle una foto al piloto, que con buen humor indicaba que “era un familiar lejano”.
Tan lejano como ese tiempo que, con una nube en la mirada, sólo esforzándote un poco inmerso en el ambiente del fin de semana, podías sentir. No podemos permitirnos perder esto, sino al contrario. En una sociedad donde los valores se banalizan y se ningunean, donde todo es reemplazable, tenemos algunas certezas que todavía nos sostienen. El automóvil clásico es una de ellas, en su vertiente tecnológica, artística y emotiva. Cultural. Porque es tan importante para la formación cultural de una sociedad como puedan serlo otros elementos contra los que también se empieza a luchar para erradicarlos, en nuestra ilusión de que tenemos las razones más sólidas para hacerlo. No. No podemos perder esto. Y eventos como el Racing and Legends son un bastión al que aferrarse para defender lo que amamos.