Almacén F-1

Presente, pasado y futuro del deporte del motor

Pierre Levegh: sueños rotos.-

Pierre Eugène Alfred Boullin nació en París un 22 de diciembre de 1905, casi dos años después del fallecimiento de su tío, Alfred Velghe, un 28 de febrero de 1904. Velghe fue uno de los pioneros del automovilismo a finales del siglo XIX y principios del veinte, pero su apellido no sonaba demasiado francés, así que jugó con las letras hasta crear el pseudónimo de Levegh.

Pierre Levegh

                            Pierre Levegh – Foto: Alamy

Cuando su sobrino Pierre empezó a sentir el ansia de los motores, utilizó en su honor ese mismo nombre. De joven, tras la Primera Guerra Mundial, abrió un taller de reparación de coches, lo que le permitió vivir y aprender las peculiaridades de la mecánica. Pero sus ojos estaban puestos en las carreras. Y desde que se celebró la primera edición de las 24 Horas de Le Mans, el joven Pierre acudió a verla, deseando ponerse tras el volante de aquellas máquinas para competir. Para ganar.

Claro, que también era un buen jugador de tenis y de hockey sobre hielo, donde destacaba. Pero las cuatro ruedas eran la musa que parecía inalcanzable, hasta que logró la concesión de Talbot para la venta de sus vehículos en su taller. Ahí empezó a cambiar todo.

En 1937 participó en el GP des Frontières, en Chimay, a los mandos de un Bugatti T57, donde acabó tercer clasificado. Pero su objetivo eran las 24 horas, y en 1938 pilotó el Talbot T150C junto a Jean Trévoux, que había inscrito el coche. El gran rival era Alfa Romeo, pero también los Delahaye. La pareja Levegh-Trévoux llegó a rodar en tercera posición, muy cerca del Alfa 8C 2900B de Sommer y Biondetti, pero un cilindro dijo basta y acabó con la posibilidad de victoria. El Alfa también acabaría sucumbiendo, y ganaría un Delahaye. Oportunidad perdida.

Talbot no le dio a Levegh un volante para la carrera de 1939, pero Luigi Chinetti puso a su disposición un Talbot-Lago SS, con René Le Bègue de compañero, abandonando nuevamente por problemas de encendido. El francés competía también en algunas carreras de monoplazas, como la Coupe de Paris en Montlhéry, donde corría con un Talbot 150C, acabando sexto. Pero la Segunda Guerra Mundial paralizó toda actividad competitiva, y frenó en seco la posible progresión de Pierre.

Al final de la contienda, las 24 Horas de Le Mans no estaban aún en marcha, y no sería hasta 1949 que se volverían a disputar. Mientras tanto, Pierre había logrado su mejor resultado en el GP de Bruselas para turismos con el Talbot-Lago 150C, acabando segundo. Pero en 1949 estaba en las gradas de Le Mans, y en 1950 también, encima ganada por el Talbot-Lago de Louis y Jean-Louis Rosier. El deseo jamás satisfecho, aquél día entero de carreras ardiendo en su interior, la victoria deseada.

En 1950 y 1951 sí que participó en el recién creado campeonato del mundo de pilotos, la Formula Uno. Lo hacía a los mandos de un Talbot-Lago 26C privado. El coche no era competitivo frente a los Alfa Romeo o los Ferrari, con su motor de seis cilindros en línea de 4.5 litros y 260 caballos. En ambas temporadas, participó en seis grandes premios, tres en cada una de ellas, y su mejor resultado fue el séptimo lugar en el GP de Bélgica de 1950. Acabó tres carreras, y abandonó en tres. Corrió también en carreras fuera del campeonato. Aunque era polivalente, los monoplazas no eran su mejor baza.

Y no, Pierre no era una proeza al volante, pero era un piloto digno, y que en las carreras de Gran Turismo sí que mantenía el nivel. En 1951, volvió a sus amadas 24 Horas de Le Mans, siempre fiel a Talbot-Lago, esa vez el MD con apoyo oficial, en pareja con René Marchand. Y al fin un resultado esperanzador, aunque agridulce: un cuarto puesto, pero la bandera de cuadros por fin. Obviamente, no era suficiente para Pierre. Sabía que podía sacar más partido del motor de seis cilindros, pero Talbot no le permitía modificar uno de sus coches.

Así que les compró uno, chasis 110056, que llegó a finales de 1951. Aligeró rodamientos del motor, instaló tres dobles carburadores Weber, conductos de refrigeración para los frenos, un tanque de gasolina mayor, y una rueda de repuesto en un lateral. Contactó con Marchand y un pequeño grupo de mecánicos, y se fue a Le Mans. Los rivales eran muy superiores y mucho mejor organizados: los Jaguar, los Mercedes, los Ferrari. Pero ahí estaba con su Talbot-Lago T26GS modificado, anticuado y sin opciones. Saldría séptimo, y fue el propio Levegh el que tomó la salida corriendo hacia su coche.

Su táctica era esperar. Los coches punteros eran mucho más rápidos, pero empezaron a tener problemas, y poco a poco fueron cayendo. Al anochecer, era segundo detrás del Gordini de Manzon y Behra, y por detrás había algunos Mercedes retrasados. Inesperadamente conforme pasaban las horas, Pierre no cedía el volante, ni pensaba hacerlo. Cuando a las dos de la mañana, el Gordini se dirigió a boxes con problemas, Levegh tomaba el liderato. ¿Por qué no ceder el coche a Marchand?. No, otras veces habían sido sus compañeros los que habían estropeado la máquina. Él podía hacerlo sólo, mimar su modificado Talbot-Lago.

Y era líder. Ampliamente. Con cuatro vueltas de ventaja sobre los Mercedes. Contra todo pronóstico, estaba en disposición de ganar la carrera de sus sueños, y de hacerlo a lo grande, conduciendo únicamente él, y a su edad. Su mujer y su compañero de equipo le intentaban hacer entrar en razón en cada parada en boxes. Su agotamiento era cada vez mayor, pero el apoyo del público francés también.

La última parada. Hasta el jefe de la Talbot-Lago le intentaba convencer, la gloria iba a ser la misma sólo o acompañado. La mirada de Levegh estaba perdida, repitiendo cada curva y cada movimiento. Marchand intentó sacarlo del coche, pero Pierre lo apartó. Volvió a la pista. A su pista, la de su juventud, la de sus sueños dorados a punto de cumplirse. Faltaba alrededor de una hora cuando, acelerando en Mulsanne, el cigüeñal se rompió, destrozando el motor. Destrozando el sueño de Pierre Levegh. No, no había sido egoísta al no ceder el coche a Marchand, sólo tenía miedo. Al principio de la carrera había detectado un problema en el coche, una vibración en el motor, así que lo estaba mimando, y temía que Marchand no fuera tan cuidadoso, lo que supondría el final inmediato. Sólo tenía que aguantar, repetir siempre la misma acción con el cambio. Estuvo a punto de lograrlo. De ser un héroe que había pasado a ser odiado por haber permitido, con su obcecación, la victoria alemana en Le Mans. Fue llevado a la enfermería. Pero el cansancio no era tan físico como anímico.

Volvió en 1953, con Talbot, acabando octavo, y en 1954, siempre con la marca francesa, abandonando tras un accidente en la séptima hora. Pero tanto Pierre como su coche se mostraron ganadores en la Coupe d’Automne de los dos años, en Montlhéry. Sabía ganar carreras.

Para 1955, recibió la llamada de Mercedes para participar en las 24 Horas de Le Mans. Un equipo verdaderamente puntero, con los 300 SLR como arma superior al resto. Pierre tenía ya 49 años, y no es que fuera un piloto exitoso. Era muy inteligente, era limpio, y cuidaba muy bien la mecánica. Seguro que Alfred Neubauer valoraba esas características, y recordaba su gran actuación tres años antes. Pero detrás de todo ello había también un elemento de imagen. Francia había sido ocupada por la Alemania nazi, y el resentimiento seguía aún latente. Levegh era alguien querido y apreciado por los franceses, y no era torpe al volante. Lo mismo se había hecho con André Simon. Para redondear la pacificación, su compañero sería el estadounidense John Fitch, que ya estaba enrolado en el equipo desde hacía tiempo.

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Pierre Levegh, Mercedes-Benz 300SLR – Foto: STRINGER, Getty Images

Decir que Levegh era inexperto es un error. Posiblemente pocos pilotos conocían mejor cada palmo del circuito de La Sarthe, y con el Mercedes se había mostrado más rápido que muchos pilotos punteros, incluyendo su compañero de coche, y también Karl Kling. Realmente tenía opciones de conseguir ganar por fin las 24 Horas, pero el destino tenía otros planes.

Eran las 18:30 horas de la tarde, la vuelta 35. Llegando a la recta de meta, el Jaguar de Mike Hawthorn giró hacia boxes delante del Austin-Healey de Lance Macklin, que para evitarlo tuvo que frenar y moverse hacia el centro de la pista. Allí llegaba, pie a fondo, el 300SLR de Pierre Levegh. Intentó esquivarlo, y casi lo logra, pero la parte delantera derecha tocó la trasera izquierda del pequeño Austin-Healey, y el Mercedes alzó el vuelo hacia las gradas, las mismas en las que él había estado soñando con la carrera. El resto fue la mayor tragedia del automovilismo, con 82 personas fallecidas.

No, la culpa no fue de Levegh. Fue un accidente provocado por una situación inesperada en el peor momento posible. Y así, el hombre que más amó Le Mans, que soñó siempre con obtener la victoria allí, que hubiera sido un héroe que glosar de lograrlo en 1952, acabó uniendo para siempre su nombre y el de la carrera. De manera trágica y dolorosa. Como los sueños rotos.

(Publicado el 22-12-2016 en http://www.laf1.es/articulos/pierre-levegh-suenos-rotos-927850)

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