Patrick Depailler: la sonrisa perdida.-
Precisamente, en 1972, tras ganar el GP de Mónaco de F-3, llamó la atención de Ken Tyrrell(siempre atento, via su patrocinador principal, Elf, al mercado francés). El dueño del exitoso equipo británico puso a disposición de Patrick un tercer Tyrrell para el GP de Francia de ese mismo año, en su Clérmont-Ferrand natal. Depailler demostró su velocidad innata, y siendo un debutante, clasificó 18º de 27 participantes, con un Tyrrell 004, y en carrera no pudo terminar. Sin embargo, Tyrrell le prometió nuevas oportunidades, la cual llegó al final de ese año, en Watkins Glen, donde si pudo firmar un excelente séptimo lugar en la clasificación, en lucha directa con el sexto, Mario Andretti.
Sin embargo, no sería hasta 1974 que llegaría la continuidad en su carrera en F1. La muerte de François Cevert en el GP de EEUU de 1973, le abrió las puertas del equipo Tyrrell, completamente renovado con él y Jody Scheckter. La oportunidad parecía magnífica, pues era nada más y nada menos que el equipo campeón en título. Pero el declive de Tyrrell comenzó de manera súbita. Sin embargo, solía estar en zona de puntos, e incluso logró la pole y un segundo lugar en el GP de Suecia, en Anderstorp, pero el ganador fue su compañero Scheckter, que además obtuvo mejores resultados globales en el año. Mayores alegrías le dio el Campeonato de Europa de F2, que compaginaba ese año, y en el que se proclamó campeón.
1975 fue una temporada similar, con posiciones en los puntos y un podio en Sudáfrica, pero no fue hasta 1976 que la fortuna pareció cambiar. Tyrrell se había sacado de la manga el revolucionario P34 de seis ruedas, que debutaría en España. Pero ya desde el inicio del año, los podios se suceden, y pese a algunos problemas de fiabilidad, sumó cinco segundos puestos y dos terceros lugares. Fue su mejor año, acabando cuarto en el campeonato, aunque por detrás de Scheckter otra vez. Sin embargo, ya había tomado el testigo en el panorama francés: fue el mejor clasificado de sus compatriotas, y era llamado «el capitán» en la supuesta selección francesa de pilotos de F1, que se iba incrementando.
El problema de Patrick Depailler, por decirlo de algún modo, era su espectacularidad.Pilotaba siempre con arrojo, a veces demasiado, sin preocuparse de nada más que no fuera disfrutar corriendo al máximo. Sí, era de esa estirpe de pilotos, como Gilles Villeneuve poco después, a los que la parte comercial del deporte no les importaba demasiado: sólo quería correr al máximo. Eso llevaba a accidentes, bastante frecuentes, a problemas mecánicos, a irregularidad. Pero Patrick rara vez perdía la sonrisa, porque disfrutaba con lo que hacía.
En 1977 su nuevo compañero sería Ronnie Peterson, aún con los P34, pero que ya no podían tener un desarrollo adecuado, y se quedaron estancados. Y el año empezó con un fuerte accidente en Brasil, en el que perdió la movilidad de las piernas durante varios minutos. Fue un año amargo, que acabó sin embargo con dos podios en las últimas carreras.
Quizás 1978, con el nuevo Tyrrell 008, reportaría mejores resultados, y sobre todo esa victoria que estaba siendo demasiado esquiva. Empezó con un podio en Argentina, y en la tercera carrera, Sudáfrica, la victoria estaba en la palma de la mano, habiendo llegado al liderato a falta de catorce vueltas para el final. Pero el combustible se empezó a agotar, y su compañero Peterson empezó a recortarle mucho tiempo por vuelta. Llegando a la última curva de la última vuelta, Ronnie le adelantó, y Patrick tuvo que conformarse con la segunda posición. Pero el día grande no tardaría en llegar, y nada menos que en Mónaco. Desde la quinta posición de parrilla, se colocó segundo, y a mitad de carrera tomó un liderato que ya no abandonaría jamás.Era el merecido premio a un talento que parecía que se extinguiría sin recompensa. Sí, talento. Sólo hay que ver las vueltas en entrenos, bajo un diluvio, en el GP de Canadá de ese mismo año. El control natural del monoplaza aún hoy sigue resultando asombroso.
Pero el resto del año fue parco en resultados, con sólo un podio más. Y se produjo el cambio de aires, a Ligier, un equipo todo francés, con Jacques Laffite como compañero. El JS11, con motor Cosworth, comenzó arrasando, con victorias para Laffite y un cuarto y un segundo para Depailler en Argentina y Brasil. El coche era bueno, y sólo la llegada del Ferrari 312T4, primero, y del Williams FW07, restaron competitividad al equipo francés. Pero en el inicio del campeonato, estaban en liza por el título. Y en el GP de España disputado en el circuito del Jarama, llegó la segunda victoria para Depailler, con estilo. Segundo en parrilla, y líder durante toda la prueba, venciendo a todos aquellos grandes nombres. No sólo eso: se colocaba empatado a puntos con el líder del mundial en ese momento, Villeneuve. La opción de luchar por algo importante estaba presente. Pero entonces, poco tiempo después, practicando ala delta en las montañas de su ciudad, tuvo un accidente en el que se lesionó las piernas, lo que supuso el fin de la temporada. Su gusto por las actividades de riesgo, por las emociones fuertes, le habían jugado una mala pasada.
Se recuperó, tenía la oferta de Ligier, pero decidió irse a Alfa Romeo para 1980. El coche era un desastre, y no logró ni un solo punto en las ocho primeras carreras de la temporada con el 179. Sí, el coche tenía potencial, y Patrick estaba poniendo todo su conocimiento y empeño en mejorar el rendimiento del monoplaza. Su estilo se había ido calmando con los años, sin dejar de ser espectacular. Pero los coches le resultaban extraños de conducir, con las faldillas y el efecto suelo, porque era algo que no dependía de las manos del piloto.
El 1 de Agosto de 1980, en los entrenamientos privados que se celebraban en el circuito de Hockenheim, Depailler se salió de la pista en la Ostkurve, una rápida curva de derechas. Al parecer, una suspensión falló, y el monoplaza salió catapultado. A partir de entonces, se instaló una chicane a la entrada de la curva. En el último GP del año, el de Estados Unidos en Watkins Glen, su compañero Bruno Giacomelli logró colocar el Alfa Romeo en la pole position. Abandonó por problemas mecánicos, pero tenía claro que “Patrick habría ganado con este coche”, el que tanto había luchado por desarrollar.
Murió faltando ocho días para que cumpliese 36 años. Se iba un piloto de raza, casi de vieja escuela, siempre afable y cuyas manos merecían mucho más que dos victorias. Uno de esos pilotos cuyo nombre se va opacando con el paso del tiempo, que pudo obtener mucho más, pero que hizo disfrutar con sus actuaciones a todos. Este martes hubiera cumplido 72 años.
(Publicado el 10-8-2016 en http://www.laf1.es/articulos/patrick-depallier-la-sonrisa-perdida-923725 )