Almacén F-1

Presente, pasado y futuro del deporte del motor

G.P. DE LA COMUNIDAD VALENCIANA 2015: MÁRQUEZ, REFERENTE DE MOTOGP.-

Pese a que este blog no suele tratar de motociclismo, no puedo evitar, dado que viví desde dentro el último Gran Premio del Mundial de MotoGP de este año, escribir una reflexión sobre lo vivido en esta carrera y en las últimas semanas de este campeonato.

Y lo primero debe ser decir que se cargaron las tintas, tanto por los propios protagonistas (sea con palabras, sea con hechos), como por los periodistas, más o menos especializados en este deporte. Se provocó la creación de bandos, de enemistades, incluso de odios, algo que no pertenece al espíritu de las motos, y que en mi caso, como en el de muchos, jamás ha formado parte de su corazón. Entrar en quién tiene la culpa de ello resulta en vano, puesto que cada uno (más si se hace desde el fanatismo) tendrá su opinión de quién es “el culpable”. Todo ello llevó a una situación esperpéntica y jamás vista en este precioso mundo que son las motos: el declarar un evento como de alto riesgo, con las férreas medidas de seguridad que ello conlleva. No se puede negar el temor que sobrevolaba el ambiente a que ocurriese algún hecho bochornoso, subido de tono, o incluso violento. Pero fue un temor sin sentido.

Porque salvo algún grito aislado (acallado por la inmensa mayoría), o ciertos abucheos en el podio, no ocurrió nada. El que escribe pudo ver a grupos de gente ataviados con los colores de varios pilotos, parejas que andando de la mano por el paddock mostraban su apoyo a Rossi y a Lorenzo, o a Márquez (que además se hacía fotos con gente vestida de la cabeza a los pies con productos de Rossi), y todos ellos, multicolores, esperando en los motorhomes o en los boxes para ver a los héroes de las dos ruedas, fuera quien fuera, porque Rossi, Lorenzo y Márquez son pilotos impresionantes dignos de admirar. Es decir, pese a los esfuerzos de polarizar a la afición, fallaron estrepitosamente en su intento: el mundo de las motos sigue hermanado con la fuerza que dan años y años de convivencia pacífica y cordial, en la que se puede animar con mayor énfasis a un piloto o equipo, pero reconocer y aplaudir al “rival” si ha hecho una carrera mejor (como ocurrió cuando Lorenzo se proclamó campeón del mundo). En otros sectores del mundo del motor, por desgracia, es algo que ya no existe. Así que resulta muy gratificante ver que no se ha roto esta armonía, pese a alguna innegable grieta.

Eso nos lleva a la pista, donde se dirimía el campeonato del mundo de MotoGP (permítaseme saltarme las otras categorías, tan buenas o mejores en cuanto a espectáculo que la reina), algo que la organización había publicitado hasta el colmo del agotamiento como “La Gran Final”. Una final que, dados los hechos ocurridos en Sepang, se debe reconocer que no empezaba con igualdad de oportunidades, fruto de los actos de cada uno. Porque Rossi hipotecó sus opciones de ganar su décimo título con su controvertida acción sobre Márquez, justamente sancionada, pese a que se podría seguir discutiendo hasta el infinito sobre ella. Partiendo el último, era evidente que, salvo problemas o accidente de Lorenzo, sus posibilidades estaban fuertemente mermadas.

Pero es que, además, Lorenzo estuvo impecable todo el fin de semana. Fue rapidísimo, y estuvo concentrado en su objetivo. Pilotó de manera precisa, fiel a su estilo, y con la relativa tranquilidad de saber que estaba en su mano conseguir el título o perderlo. Dada la posición de salida de su compañero de equipo, tenía más opciones de ganarlo. Porque Rossi, además de confiar en su pilotaje, dependía de que Jorge no se escapase en cabeza, que tuviera a otros pilotos incordiándole, o incluso (pero para nada deseable) que tuviera algún percance. Esas eran las cartas a jugar en el trazado del Ricardo Tormo de Cheste. Es decir, bastante marcadas.

Por su parte, Márquez, en el epicentro de la polémica, manifestaba el sábado por la tarde durante la entrega de su flamante BMW como mejor calificador del año, que su voluntad era “ir a por la victoria”, además de expresar su alegría por haber ganado algo este año.

Y nadie debería dudar que alguien como Márquez intentaría ganar la carrera, al igual que un Dani Pedrosa cuyo final de campeonato ha sido muy bueno. Ambos podrían haber sido los aliados de Valentino, si superaran a Lorenzo y le pusieran en problemas. Pero, ¿iban realmente a serlo?. Pedrosa no tomó partido en ningún momento en esta batalla dialéctica y deportiva, y ha sido el más inteligente de los cuatro por ello, el más razonable y ecuánime con todo lo vivido. Si Dani hubiera podido ganar, lo hubiera hecho sin remordimientos. Márquez, tras todos los acontecimientos deportivos y extradeportivos, con el orgullo lastimado, podía producir algo más de duda.

Al apagarse el semáforo rojo, la escena no cambió con respecto a la parrilla: Lorenzo, Márquez, Pedrosa. Y un Rossi que adelantó con facilidad a las motos de la categoría Open. Pero viendo la carrera del italiano en pista (y vuelta a ver en televisión), se puede sostener que dos o tres pilotos no se lo pusieron difícil (y es cierto), pero es de una ceguera mayúscula considerar que todos, hasta llegar al cuarto puesto, le pusieron una alfombra roja. Los hubo que lucharon lo que pudieron con él (véanse a los Espargaró), pero Valentino firmó una remontada de quitarse el sombrero, y fue un espectáculo verle progresar por el grupo camino de su posición tope: el cuarto puesto. Tanto su moto, como su calidad, le permitían avanzar, y lo hizo con decisión. Cuando llegó al cuarto puesto, la distancia ya era insalvable, algo que podía predecirse desde mucho antes de que empezara el fin de semana.

Por delante, lo que se vivió fue una carrera tranquila a un ritmo trepidante. Los tres de cabeza fueron constantemente más rápidos que Valentino. No perdamos de vista tampoco que el italiano tuvo que exigir más a su moto y sus neumáticos en la lucha con el pelotón, algo que Jorge, Marc y Dani no tuvieron necesidad de hacer especialmente. Y aunque ahora resulte del todo sorprendente y polémico, a pie de pista se vio con nitidez que Marc nunca iba a atacar a Jorge Lorenzo. Fue la comidilla del paddock en cuanto acabó la carrera, si bien se expresaba en “petit comité”, y tuvo que ser Rossi el que lo verbalizara con un punto de amargura que ningún bien le hace, como ningún bien le han hecho las dos últimas semanas. Pero en la pista, no se veía al Márquez agresivo y luchador que le caracteriza. O no podía con Jorge, o no quería, pero sólo en las pocas rectas de Cheste, la Yamaha se mostraba superior. El paso por curva de Márquez, marca de la casa, le colocaba en la estela de Lorenzo continuamente, salvo en algunas pocas vueltas de la carrera. Márquez podía atacar, y no lo hacía: esa es la realidad, que no la crítica. Porque Marc Márquez era muy libre de hacer lo que mejor le pareciese: o reservarse para un último intento, o no arriesgarse a una caída, o conformarse con un segundo, o haber intentado escaparse. Lo que él quisiera.

Sin embargo, toda la duda se disolvió cuando Pedrosa llegó a su rebufo y lo adelantó. Ahí Marc sacó a relucir su natural combatividad, volvió a apurar la frenada, apartó un poco hacia afuera a Dani a la salida de la curva, carenado con carenado, y recuperó la segunda posición. Es decir, sacó a relucir su espíritu de lucha, el mismo que exhibió con Valentino en Malasia, y que ejercitó con Dani. Y ese es el interrogante que corrió por Cheste como la pólvora, y que encendió alguna mecha: justo la que deseaba que se encendiese.

¿Le robó el título Márquez a Rossi?. Ni mucho menos. Pero eso no significa que en Valencia, Marc no fuera el Marc de otras veces. Por la razón que fuera. Porque Marc es una bestia competitiva que no gusta de dejar ni las migajas a los competidores, llámense como se llamen, y que no duda en arriesgar con valentía para arañar un puesto. Lo hemos visto en toda su trayectoria deportiva. Tal y como era (y es) Valentino Rossi, su maestro en estas lides. Triste confrontación la que se ha generado.

Lorenzo ganó el título, Rossi lo perdió. Pero en realidad sólo hubo un ganador, uno que está en el centro de toda la polémica, y que ha utilizado su inteligencia para conseguir algo muy importante en un año deportivamente nulo. No, Marc Márquez no ha ganado sólo un coche como mejor calificador. Marc ha hecho rotar el centro de gravedad de la preeminencia de MotoGP sobre él, arrebatándoselo en la contienda a Valentino Rossi, mito y leyenda intocable de este deporte (y que pese a todo, lo es, no neguemos ahora ese punto en mitad de la vorágine). Lo que ha hecho Márquez en estas últimas semanas ha sido convertirse en la referencia, en la figura estrella de la categoría reina de las dos ruedas, y por extensión, del mundo de las motos. Lorenzo nunca pudo quitarle esa posición a Valentino, pese a sus victorias. Ha sido Márquez, y es él el que está en boca de todos. Es el nuevo líder de la manada, apartando de una vez al león entrado en años que, aunque todavía fiero y con fuerzas, ya no resiste el combate frente a la sangre nueva. Jorge Lorenzo ha ganado el campeonato, pero bien pensado, pasa un poco desapercibido ante la tremenda guerra de sucesión que se ha librado entre dos egos tan grandes como talentosos. Dos pilotos hechos con la misma pasta, con la misma inteligencia encima y bajo de la moto.

Rossi lame sus heridas, Lorenzo disfruta de un título que vio perdido y ganó merecidamente. Pero Márquez sonríe con esa mezcla de inocencia y picardía que le caracteriza, sabedor de que se ha convertido en la figura sobre la que ahora pivota MotoGP.

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