Almacén F-1

Presente, pasado y futuro del deporte del motor

Fantasía sobre el G.P. de Italia de 1988.

Enzo Ferrari había cruzado la línea de meta de la vida el 14 de agosto de 1988. Era el final de una dilatada carrera en pos de la excelencia, pero no había podido volver a ver a sus monoplazas vencer una carrera. Y en el primer Gran Premio sin él, Bélgica, ambos Ferrari se habían retirado.

Mientras se acercaba el siguiente Gran Premio, el de Italia el 11 de Septiembre, las expectativas no podían ser positivas: McLaren-Honda había ganado las 11 carreras anteriores. Todas. Todas las poles menos una, para Berger, en un extraño doblete para la Scuderia. Su dominio era tal, que cualquier apuesta a una victoria que no fuera la del equipo inglés se pagaba de maravilla. Y la prensa italiana era consciente: “Sólo un milagro daría la victoria a Ferrari frente a Honda”. Unido a la tristeza por la pérdida de todo un símbolo nacional, el ambiente en Monza no era especialmente festivo.

Y la clasificación no dejaba dudas: pole para Senna, segundo Prost. En segunda fila, los dos Ferrari.

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Mientras tanto, en un lugar luminoso y cómodo, Enzo Ferrari se preparaba para ver, como de costumbre todos los domingos de Gran Premio, la carrera. Estaba aún ultimando la instalación de su nueva y definitiva morada, pero no podía perderse el Gran Premio de Italia. Por detrás, se le aproximó un ser de aspecto sereno, hablar calmado, y rostro plácido:

-¿Cómo lo ves, Enzo?.

-¿Cómo lo voy a ver?. ¡Mal!. Esos garajistas de McLaren llevan toda la temporada ridiculizando a mis coches, y en un circuito rápido como Monza no va a ser muy diferente. Pero nunca pierdo la fe en mis coches.

-Bueno, esperemos que sea divertida. Creo que me voy a quedar a verla contigo.

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Mientras tanto, allá abajo, un cálido sol de final de verano calentaba el asfalto. La salida fue previsible, aunque Gerhard Berger bromeaba con que “daría todo para liderar la primera vuelta, porque no lideraré la última”. Los McLaren en cabeza, con Prost delante, aunque en la misma primera vuelta, Senna lo adelantó y empezó a escaparse. Los Ferrari, “cómodos” en tercera y cuarta posición.

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Enzo se desesperaba:

-Todas las carreras la misma historia. No hay manera de plantar cara a esos coches. Y ese Senna es un demonio de la velocidad.

-Me gusta cómo conduce. ¿Por qué no lo contrataste?.

-Lo intenté, bien sabes que lo intenté. Pero no hubo manera, nunca estaba libre. Pero me prometió correr para Ferrari algún día… ¡Espera! ¿Qué le ocurre a Prost?.

El motor Honda de Prost sonaba extraño, y comenzaba a perder mucho tiempo respecto a Senna. Berger y Alboreto se acercaban por detrás. Apretaban en busca de un resultado decente en Italia. En la vuelta 34, Berger aprovechó el momento y pasó al francés, que justo se retiraría al final de esa vuelta.

-¡Si! ¡Jajajaja! Bravo Gerhard. ¿Has visto, eh? Ya estamos segundos y terceros. Sólo nos queda el brasileño.

-No es mal resultado, ¿no?

-¿Cómo? ¡No, no, y no! Ser segundo es perder, y en Italia una deshonra. Deben intentar ganar, como sea. ¡Marco Piccinini debe darles orden de atacar sin contemplaciones!

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Como movido por un resorte, y mientras Senna calmaba el ritmo a fin de proteger una victoria segura, el Director Deportivo de Ferrari comunicó a sus pilotos que podían apretar al máximo, pues no había problemas de combustible, para ver si así conseguían presionar al McLaren.

Cuando en la vuelta 44 Alboreto marcó la vuelta rápida, la grada enloqueció. Y en la 47, Berger hizo la segunda más rápida. Toda Monza empujaba a los Ferrari para alcanzar a un McLaren en modo crucero.

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-¿Has visto?.  Los más rápidos en Monza. ¡Dos Ferrari volando en Italia!

-Pero no van a llegar a Senna…

-¡Sí que llegarán! -gritó, para luego darse cuenta de su ensoñación-. No, no lo harán, será difícil. Salvo que…

-¿Qué?

-Salvo que tú les eches una mano. Una ayuda para levantar la moral de un equipo desmoralizado y de una patria triste por mi marcha. Un empujón para dar un ejemplo de superación, de que siempre hay que seguir luchando, de que el destino puede cambiarse…

-Enzo, no puedo interferir en esas cosas, ya lo sabes. Te lo expliqué.

-¡Oh, vamos! ¿Qué te cuesta? Un pistón que se bloquea, una pequeña pérdida de aceite… ¡vamos! Se acaba el tiempo. Mira, tú me haces ese favor, y yo me dedico a preparar una de esas nubes de carreras que tanto te gustan, las modifico, las hago imbatibles, y luego todos querrán una. ¡Se venderán como rosquillas cuando ganen en las carreras que organizas!

-No voy a hacer nada. El destino debe seguir su curso.

-¡Eso que llamamos destino, está en una gran parte en las manos de los hombres! Pero a veces tú les guías.

-Enzo, eso sería hacer trampas. Y ese brasileño me es muy querido. No merece perder esta carrera porque…

Enzo había dejado de escucharle. Un pequeño canadiense estaba dando vueltas contra un escocés con aspecto de pastor, ambos en una de esas nubes de carreras. El canadiense miró a su mentor, y este le hizo un pequeño gesto. Supo lo que significaba…

-… y además, Ayrton cree fervientemente en mí.

Entonces, un estruendo. Un choque entre dos nubes había provocado una pequeña tormenta eléctrica.

-¡Gilles! ¡Jim! ¿Pero es que todos los días la misma situación? Me parece increíble que hayáis vuelto a destrozar mis dos nuevas…

Mientras se alejaba, Enzo miró el cuentavueltas. No quedaba casi tiempo.

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En la vuelta 50 de 51, Senna se acercaba a un Williams al que iba a doblar por segunda vez, pilotado por Jean-Louis Schlesser, en sustitución de un enfermo Nigel Mansell. Acababa de doblar a su vez a su compatriota Maurizio Gugelmin. Llegando a la primera chicane, Schlesser debía apartarse, pero entró pasado de frenada, mientras aparecía Senna…

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-¡Ahora! Entra en la trazada, y tócalo.

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Una décima después, Schlesser recuperó la trazada, embistiendo al McLaren de Senna por la rueda trasera derecha,  hizo un giro de 180 grados y quedó encallado encima de un bordillo. Fin de la carrera. Berger y Alboreto pasaron. Líderes a falta de una vuelta.

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-¿Qué ha pasado aquí? ¿Y Senna?

-Ha tenido un accidente con un doblado. El destino…- dijo pícaramente.

-Enzo, ¿qué has hecho?

-Nada. Es un brasileño un poco errático. ¿O no viste lo que pasó en Mónaco, eh? Se ha precipitado. Y el doblado era inexperto… Cosas que pasan. Ya sabes, para llegar primero…

-Ya, ya, Enzo. Ya hablaremos de esto.

A Enzo no le preocupaba en absoluto. Su corazón estaba inflamado de emoción. Italia. Monza. Doblete. Un destello se entrevió tras sus gafas oscuras.

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El circuito era un estruendo que casi no permitía escuchar los motores. Cuando Berger y Alboreto cruzaron la línea de meta, la explosión de júbilo fue inolvidable. Ganar un Mundial no hubiera sido tan celebrado. La policía no hizo ni el intento de frenar a los aficionados, que invadían la pista. Era un día memorable. La primera victoria sin Enzo, con un doblete, y en Italia. Ni en los mejores sueños.

Gerhard Berger estaba emocionado. Sus palabras en la rueda de prensa fueron conmovedoras:

“El Sr. Ferrari se ha ido y yo lo echo de menos. Conducir para él era diferente de la conducción de ‘Ferrari, parte de la empresa Fiat’. Él fue una gran personalidad, un gran hombre, y estoy muy feliz de haber corrido para él. Pero me encantaría haber podido ir a Maranello el día después de Monza, y haber visto su cara.”

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Enzo dejó de mirar hacia Monza, feliz pero con el rostro inescrutable. Había sido algo precioso, pero como bien sabía, la gloria era efímera. Sólo el trabajo duro era lo que producía resultados perdurables.

-¡Dino! ¡Gilles! Traedme esa nube. Vamos a ver cómo encajamos ahí un V12.

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